miércoles, 1 de abril de 2009

Rebeca: La ama de llaves enamorada de una sombra


En la película Rebeca de Hitchkock (1940) aparece un personaje que podría ser considerado homosexual por la tremenda obsesión que siente hacia su fallecida señora. La trama de la película gira en torno a una sombra, la de Rebeca, que no llegará aparecer pero que estará presente durante toda la película siendo el eje vertebrador de la misma.


Un británico, viudo y millonario (Laurence Olivier), se enamora de una dama de compañía ( Joan Fontaine) de una vieja conocida (Florence Bates.) Se casará con la joven y se irá vivir a Manderline, nombre de su gran mansión.


Allí la joven descubrirá que la muerte de Rebeca es sólo física y que sigue estando presente en todo los que un día la conocieron. Una de las figuras que más se encarga de mantener viva la sombra de Rebeca es la Señora Danvers (Judith Anderson). La señora Danvers es la ama de llaves de mansión y una de las más fieles amigas y confidente de la antigua Señora de Manderline. En su obsesivo recuerdo subyace una profunda admiración que roza el límite de la cordura y que podría ser tomada como una obsesión pasional-amorosa.


La Señora Danvers venera a Rebeca, pero no lo hace como una vieja amiga que añora a la fallecida, sino que su obsesión llega al límite de conservar su dormitorio tal y como ella lo dejó, guardando incluso su ropa interior. En un diálogo, que más que diálogo sería un monólogo, se puede apreciar la admiración que la ama de llaves sufría por la personalidad y belleza de Rebeca. Trascribiré a continuación ese monólogo donde la ama de llaves enseña la habitación de Rebeca a la nueva Señora de Manderline:


-Guardo su ropa interior aquí, la hicieron para ella las monjas del convento de Santa Clara. Yo la espera siempre, por tarde que fuese. A veces, ella y el señor llegaban de madrugada. Al desvestirse me hablaba de la fiesta a la que había asistido. Conocía a personas importantes y todo el mundo la quería. Al terminar el baño iba al dormitorio y se dirigía al tocador. ¿Ha tocado el cepillo, verdad? Así está mejor, tal y como ella lo dejaba. Vamos Deni, el cabello, me decía. Y entonces yo le cepillaba el pelo durante 20 minutos. Y luego decía, buenas noches Deni y se metía en la cama. Yo misma bordé para ella esta bolsa y está siempre aquí. ¿Ha visto algo más delicado? Mire como se ve mi mano. Nadie pensaría que hace tanto tiempo que se fue. A veces, cuando voy por el pasillo, creo que la estoy oyendo tras de mi, con sus suaves pasos, no podía confundirlos. No sólo aquí dentro, sino en toda la casa. Casi los oigo ahora. ¿Cree que los muertos nos observan?

-No, no lo creo-

-Me pregunto, si no vuelve aquí, a Manderline, y los contempla a ustedes juntos. ¿Está cansada? ¿Por qué no se queda un rato y descansa? Escuche el mar. Es tranquilizante. Escúchelo. Escúchelo. Escuche el mar.


Cuando el público ve esta escena sólo le queda preguntarse hasta que punto bajo esa veneración física e intelectual no subyace una obsesión amorosa. Hitchkock no lo dice porque la Señora Danvers ya habla por sí misma: Está enamorada de su antigua señora. Se trata de un amor que traspasa las fronteras de la muerte y, que incluso, llevará a la Señora Danvers hacia ella.


Esto también se puede apreciar en el odio irracional que siente hacia la que ella considera la rival de la memoria de Rebeca, la usurpadora de su señora, la nueva Señora de Manderline. Hay una escena en la película, donde tras haber provocado que la joven se disfrace para una gran fiesta en la mansión con el mismo traje que usó la difunta el año anterior, sin que por supuesto, esto lo supiera la joven esposa, la Señora Danvers increpa a la pobre muchacha, reprochándole la violación de la memoria de Rebeca:


-La observé cuando bajaba, como ella hace un año, ni con el mismo traje puede comparársele.

-¡Lo sabía!, ¡lo sabía y me aconsejó que me vistiera como ella!¿Qué le he hecho yo para que me odie tanto?

-Ha querido ocupar su lugar casándose con él, he visto su cara, sus ojos. Son los mismos de cuando ella murió. Solía oírle paseando arriba y abajo, arriba y abajo, toda la noche y noche tras noche. Pensando en ella. Torturado porque la había perdido.

-¡No quiero saber más! ¡No quiero saber nada!

-Creyó que podría ser la Señora de Winter, vivir en su casa, pisar donde pisaba, tener las mismas cosas. Pero ella es muy fuerte para usted, no puede vencerla. Nadie logró nada de ella nunca, nunca. Fue abatida al final pero no fue un hombre ni una mujer, fue el mar

-¡Calle! ¡Calle! ¡Calle!

-Está excitada señora, he abierto la ventana, un poco de aire le hará bien. ¿Por qué no se marcha? ¿Por qué no deja Maderline? Él no la necesita, tiene sus recuerdos. No la ama, desea estar con ella de nuevo. Nada la retiene a esta casa. Nada la retiene a este mundo. ¿La retiene algo? Mire abajo. Es fácil, ¿no?, ¿Por qué no lo hace? ¿Por qué no lo hace?, hágalo, hágalo, no tenga miedo.


Muestra de esa pasión enfermiza es cómo intenta que la nueva señora se suicide. El amor que siente hacia la difunta le hace traspasar las fronteras de la legalidad, primero intentando matar a la joven y, después, quemando la mansión donde se dejará morir en vuelta en llamas en el cuarto de su amada Rebeca.


En un momento determinado el abogado de la familia hace la siguiente afirmación: “La señora Danvers adoraba a Rebeca”. El director sabía muy bien que léxico emplear para insinuar y para manifestar contenidos y si en ese momento utiliza el verbo adorar es porque no pretendía mostrar una amistad que rozara el límite de la obsesión. Tras amistades obsesivas, casi siempre subyace un cierto enamoramiento, pero aquí la pasión que la Señora Danvers sentía hacia Rebeca se muestra por sí misma.


Al final de la película también se vuelve a apreciar cómo todos tenían en cuenta los sentimientos de la ama de llaves. Se descubre algo que empaña el nombre de la muerta, y lo primero que piensa el abogado es en cómo se ha podido sentir la Señora Danvers:


-Temo que la noticia haya afectado a la Señora Danvers.

-Sí, habrá sido un duro golpe para ella.

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